El camino de la inteligencia
La inteligencia es vivacidad, es espontaneidad. Es apertura,
es vulnerabilidad. Es imparcialidad, es valor para actuar sin buscar
resultados. Y ¿por qué digo que es valor? Es valor porque cuando actúas para
lograr un resultado, el resultado te protege; el resultado te da confianza, te
da seguridad. Lo conoces bien, sabes cómo conseguirlo, eres muy eficiente.
Actuar sin un resultado es actuar inocentemente. No tienes ninguna seguridad,
puedes equivocarte, puedes perderte.
La persona que está lista para salir a explorar lo que se
llama verdad, también tiene que estar lista para cometer muchos errores,
equivocaciones, tiene que ser capaz de arriesgar. Puedes perderte, pero es la
forma de llegar. Al perderte muchas veces, aprendes a no perderte. Al cometer
muchos errores aprendes lo que es un error, y cómo no cometerlo. Sabiendo lo
que es un error, te vas acercando más a la verdad. Es una exploración
individual; no puedes depender de las conclusiones de los demás.
TÚ HAS NACIDO COMO NO‑MENTE. Permite que esto cale dentro tu
corazón todo lo posible, porque de este modo, se abrirá una puerta. Si has
nacido como no‑mente, significa que la mente es producto de la sociedad. No es
natural, es cultivada. Te lo han ido amontonando encima. En el fondo sigues
siendo libre, puedes salirte de ahí. No puedes salirte de la naturaleza, pero
siempre que lo decidas puedes salirte de lo artificial.
La existencia precede al pensamiento. De modo que la
existencia no es un estado mental, es un estado ulterior. La manera de conocer
lo fundamental es ser, no pensar. Ciencia quiere decir pensar, filosofía quiere
decir pensar, teología quiere decir pensar. Religiosidad no quiere decir
pensar. La perspectiva religiosa es una perspectiva de no‑pensamiento. Es más
íntima, te acerca más a la realidad. Hace que caiga todo lo que te obstaculiza,
te desbloquea; empiezas a fluir en la vida. No piensas que estás separado,
mirando. No crees que eres un observador, al margen, distante. Te encuentras,
te mezclas y te fundes con la realidad.
Pero hay otra forma de saber. No se puede llamar
«conocimiento». Es más parecida al amor y menos parecida al conocimiento. Es
tan íntima que la palabra «conocimiento» no es suficiente para expresarla. Es
más adecuada la palabra «amor», más expresiva.
En la historia de la conciencia humana, lo primero que
evolucionó fue la magia. La magia era una combinación de ciencia y religión. La
magia tenía algo de la mente y algo de la no‑mente. De la magia surgió la
filosofía. Después, de la filosofía nació la ciencia. La magia era a la vez no‑mente
y mente. La filosofía sólo era mente. Y después, la mente más la
experimentación se convirtieron en ciencia. La religiosidad es un estado de no‑mente.
La religiosidad y la ciencia son dos perspectivas de la
realidad. La ciencia aborda la realidad a través de lo secundario; la
religiosidad va directamente. La ciencia tiene una perspectiva indirecta; la
ciencia tiene una perspectiva inmediata. La ciencia da vueltas y vueltas; la
religiosidad simplemente penetra el corazón de la realidad.
Algunas cosas más... El pensamiento sólo puede pensar acerca
de lo conocido... mascar lo que ya está mascado. El pensamiento nunca puede ser
original. ¿Cómo puedes pensar acerca de lo desconocido? Cualquier cosa que
consigas pensar pertenecerá a lo conocido. Sólo puedes pensar porque sabes. El
pensamiento, como mucho, puede crear nuevas combinaciones. Puedes imaginarte un
caballo que vuela, hecho de oro, pero nada de esto es nuevo. Sabes que hay
pájaros que vuelan, sabes que existe el oro, sabes que hay caballos; combinas
las tres cosas juntas. El pensamiento, como mucho, puede imaginarse nuevas
combinaciones, pero no puede conocer lo desconocido. Lo desconocido está más
allá. El pensamiento va en círculos, vuelve a conocer lo conocido una y otra
vez. Vuelve a mascar lo mascado. El pensamiento nunca es original.
Encontrarse con la realidad originalmente, de raíz,
encontrarse con la realidad sin intermediarios ‑encontrarse con la realidad
como si fueses el primer hombre que ha existido‑ es liberador. La misma novedad
de esto te libera.
LA VERDAD ES UNA EXPERIENCIA, NO UNA CREENCIA. La verdad nunca
se conoce estudiándola; hay que encontrar la verdad, hay que hacerle frente.
Quien estudia el amor es como quien estudia el Himalaya viendo un mapa de las
montañas. ¡El mapa no es la montaña! Si te obsesionas demasiado con el mapa, no
verás la montaña. Si te obsesionas demasiado con el mapa, puedes tener la
montaña delante de ti, pero seguirás sin ser capaz de verla.
Y es así. La montaña está delante de ti, pero tus ojos están
llenos de mapas, mapas de la montaña, mapas de esa misma montaña hechos por
diversos exploradores. Unos han escalado la montaña por la cara Norte, otros
por el Este. Han hecho distintos mapas: el Corán, la Biblia, el Gita...
diferentes mapas de la misma verdad. Pero tú estás tan lleno de mapas, tan
agobiado por su peso que no puedes moverte ni un centímetro. No puedes ver que
la montaña está delante de ti, las cumbres de nieve inmaculada brillando como
el oro bajo el sol de la mañana. No tienes ojos para verlo.
El ojo que tiene prejuicios está ciego, el corazón lleno de
conclusiones está muerto. Demasiadas suposiciones a priori y tu inteligencia
empezará a perder rapidez, belleza, intensidad. Se enturbia. muy frío, frío,
absolutamente indiferente. Y la indiferencia mata el misterio.
Si realmente quieres tener la experiencia de lo misterioso,
tendrás que abrir una nueva puerta en tu ser. No estoy diciendo que dejes de
ser científico, sólo estoy diciendo que la ciencia puede convertirse en una
actividad periférica para ti. Cuando estás en el laboratorio sé un científico,
pero cuando salgas del laboratorio, olvídate de la ciencia. Escucha los
pájaros, ¡y no de una forma científica! Mira las flores, y no de una forma científica,
porque cuando miras una rosa de una forma científica, estás mirando otra cosa
completamente distinta. No es la misma rosa que experimenta el poeta.
La experiencia no depende del objeto, la experiencia depende
del experimentador, de la capacidad de experimentación.
OBSERVANDO UNA FLOR, CONVIÉRTETE EN ELLA; baila a su
alrededor, canta una canción. El aire es fresco y tonificante, el sol da calor
y la flor está en su mejor momento. La flor está bailando con el viento,
regocijándose, cantando una canción, cantando aleluya. ¡Participa con ella!
Abandona la indiferencia, la objetividad, el distanciamiento. Abandona todas
tus actitudes científicas. Fluye un poco más, fúndete un poco más, mézclate un
poco más. Deja que la flor le hable a tu corazón, deja que la flor se
introduzca dentro de tu persona. Invítala, ¡es un huésped! Entonces, podrás
percibir el misterio.
Es el primer paso hacia lo misterioso y el último paso es
éste: si puedes participar un momento, tendrás la llave, el secreto. Participa
en todo lo que estás haciendo. Al andar, no lo hagas mecánicamente, no te
quedes observándolo, sé eso. Al bailar, no lo hagas técnicamente, la técnica es
irrelevante. Puedes ser técnicamente
La inteligencia obtusa es lo que se denomina intelecto. Los
así llamados intelectuales no son realmente inteligentes, sólo son
intelectuales. El intelecto es un cadáver. Puedes decorarlo, puedes decorarlo
con grandes perlas, diamantes, esmeraldas, pero un cadáver sigue siendo un
cadáver.
Estar vivo es una cuestión completamente distinta.
LA CIENCIA ES SER EXACTO, ser absolutamente exacto sobre los
hechos. Si eres muy exacto sobre los hechos no podrás sentir el misterio,
cuanto más exacto eres, más se evapora el misterio. El misterio necesita una
cierta vaguedad; el misterio necesita algo no determinado, sin demarcar. La
ciencia es objetiva; el misterio no es objetivo, es existencial.
Un hecho sólo es una parte de la existencia, una pequeña
parte; la ciencia trata de las partes porque es más sencillo tratar de las
partes. Son más pequeñas, puedes analizarlas; no te superan porque puedes
tenerlas en las manos. Puedes diseccionarlas, puedes etiquetarlas, puedes estar
absolutamente seguro de sus características, cantidades, posibilidades, pero en
ese mismo proceso estás matando el misterio. La ciencia es el asesinato del
misterio.
Si quieres experimentar lo misterioso tendrás que entrar por
otra puerta, desde otra dimensión completamente distinta. La dimensión de la
mente es la dimensión de la ciencia, y la dimensión de la meditación es la
dimensión de lo milagroso, lo misterioso.
La meditación hace que todo sea indefinido. La meditación te
lleva a lo desconocido, lo inexplorado. La meditación te lleva, poco a poco, a
un tipo de disolución donde el observador y lo observado se vuelven uno. Pero
eso no es posible para la ciencia. El observador debe ser el observador, y lo
observado debe ser lo observado, y tiene que haber una distinción clara en cada
momento. No debes olvidarte de ti mismo ni un instante; no debes interesarte,
disolverte, sumergirte, ser pasional o amoroso con el objeto de tu
investigación. Tienes que permanecer imparcial, tienes que ser correcto y, sin
embargo, perderte la alegría de hacerlo. Disuélvete en la danza, conviértete en
la danza, olvídate del bailarín.
Cuando empieza a haber una unidad tan profunda en muchos
aspectos de tu vida, cuando los que están a tu alrededor empiezan a tener
grandiosas experiencias de desaparición, de ausencia de ego, de inexistencia...
cuando la flor está ahí pero tú no estás, cuando el arco iris está ahí pero tú
no estás... cuando las nubes están vagando por el cielo en el interior y el
exterior, y tú no estás... cuando hay un silencio absoluto en lo que a ti
respecta; cuando dentro de ti no hay nadie, sólo puro silencio, silencio inmaculado,
imperturbable, sin alterarse por el razonamiento, el pensamiento, la emoción,
el sentimiento..., este es el momento de meditación.
La mente ha desaparecido, y cuando desaparece la mente aparece
el misterio.